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lunes, 17 de noviembre de 2014

Sinopsis


Dice mi madre que acabar un libro es como quedarse huérfano. Y una madre siempre tiene razón.
A ella debo mi gusto por la lectura. Y a mi abuelo seguramente. No recuerdo demasiadas cosas de él, pero sí cuando se ponía sus gafas y cogía uno de esos enormes tomos rojos del salón y empezaba a leer. Y a leer. Y a leer… Soportó quedarse sordo, pero no lo suficientemente ciego como para no poder seguir haciéndolo. Y heredé esa pasión de ambos. Y espero ser capaz , yo también, de transmitírsela a alguien. Quizás este pueda ser el medio.

¿Quién no ha sentido alguna vez esa sensación de vacío al terminar un libro? ¿Quién no ha intentado dejar esas últimas 20 páginas sin leer para otro día, intentando alargar ese momento final, esa especie de despedida del que ha sido tu compañero en los últimos días?

Los libros no son solo libros. Son “el hogar” de las palabras. El único sitio donde merecen permanecer. Donde se respetan. Donde tienen su lugar en el mundo. Los libros son también el momento en el que lo leíste, la persona que te lo dejó o quien te lo recomendó. El tiempo que tardaste en elegirlo de aquella librería de barrio de entre todos los que te llamaban en silencio. Un libro es lo que sentiste mientras lo recorrías. También la situación personal en la que te encontrabas.

Con “La Brujita Gari” descubrí que leer era divertido. Ocho veces. Con toda la serie de Enid Blyton llegué a la adolescencia, justo cuando “El misterio del solitario” y “El (temible) mundo de Sofía” me cogieron y me engancharon para siempre. Huí de Paulo Coelho a tiempo. Y ya nunca quise dejar de leer: no soy exquisita para la lectura, todo lo que llega a mis manos, bienvenido es. Desde “El gen egoísta” a Jack Kerouac. Pasando por Rosamunde Pilcher (herencia de mi madre, claro) y Ray Loriga. Y yo sólo quería, que llegara ese día del año en el que cambiaban la hora, para tener una más para leer. A las 23:00 me hacían apagar la luz. Pero esa noche, le ganaba una hora a la vida, y a los libros.

Y ahora, nada ha cambiado. A un amante de la lectura se le identifica rápidamente. Es inevitable llegar a una casa nueva y fijarme si tiene libros. El número ideal es más de los que sabes que nunca vas a leer. Como en la mía. Y mirar lo que otros leen en el metro. Y no poder evitar girarme si paso por la puerta de una cafetería y veo a alguien sumido en su lectura y café. Y hacer turismo de bibliotecas cuando llego a un sitio nuevo...

Y es que leer es vivir dos veces, y la vida es muy corta como para no intentar buscarla en los libros una y otra vez.

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